lunes, 27 de octubre de 2008

Capítulo 2


Definitivamente es más alegre mirar este colorido parque y recordar tardes infantiles llenas de sonrisas junto a pequeños amiguitos, que el parque de al lado de mi casa, el que ya no me atrevo ni a cruzar... Tan solo de pensar que existe un escalofrío recorre todo mi cuerpo y tantos recuerdos acuden a mi cabeza que no soy capaz de concentrarme en uno solo... Vuelve a ocurrir. Me siento en un banco porque me empiezo a marear. Los colores desaparecen para dar paso a escenas que ya he vivido, pero esta vez como mera espectadora observo desde el banco. Aarón está con sus colegas en la zona de los columpios entre botellas vacías de cerveza. De repente entro yo en escena, me acerco a ellos y empiezo a gritarle a mi hermano, pero, ¿qué digo? No lo entiendo, me esfuerzo por escuchar, pero me interrumpe un empujón por su parte que me deja tendida en el suelo entre risas envenenadas. Empiezo a desesperarme viendo pasar aquellos momentos sin poder levantarme del banco y ayudarme a afrontarlos. Cuando consigo incorporarme, clavándome las piedrecillas de la arena en las manos, distingo la silueta de mi mejor amiga, Nicole, pero no está sola, su novio se la lleva forzadamente agarrándola por el brazo. Ella se resiste, quiere ayudarme a levantarme del suelo... Entonces recuerdo estar allí tirada por intentar evitar que él le diese otra paliza. De repente, alguien me abraza por detrás y vuelvo en mí, a los buenos recuerdos. Tardo en reaccionar, pero al fin me giro y reconozco esa mirada verdosa.
- ¡Hola Mia! – da la vuelta al banco hasta quedar de frente a mí y aprovecho para rodear con mis brazos su pequeño cuerpecito.
- Kendra... – me susurra su dulce voz – hacía mucho que no venías por aquí...
Conocí a Mía cuando ella tenía 6 años, a los 13 míos, estando en la enfermería del colegio. La enfermera no estaba y ambas esperábamos en un banquito al lado de la puerta. Entonces vi que le sangraba la rodilla y sollozaba levemente de dolor. Le pregunté qué había pasado y mientras la llevaba al baño a limpiar la herida con agua y papel me contó su extraña caída. Después de aquello hablábamos cada vez que nos encontrábamos en el colegio hasta que su dulzura, cariño e inocencia hicieron que fuese como una hermana pequeña para mí. Un año después mi padre se fue, por lo que tuvimos que mudarnos porque el dinero que nos mandaba mi padre no era suficiente para seguir en aquel barrio rico. Por fin, tres años después, me digno a aparecer por allí, y tan solo por aquella niña ilusionada por volver a verme, ha merecido la pena.
- Lo siento pequeña... Intentaré pasarme más veces a verte, ¿vale?
- ¿Intentarás? La otra vez me lo prometiste y mira, ¡tres años han pasado! – su tono de voz transmite decepción. Tiene razón para estarlo, pero mi vida ha cambiado tanto que temo a los recuerdos y al deseo de querer volver a aquella lujosa vida.
La vuelvo a abrazar buscando su perdón y confianza, porque no tiene edad para entender mi realidad. De repente su olor a frambuesa inmadura se aleja un poco para ser sustituida por una sonrisa traviesa que atraviesan millones de palabras resumiendo parte de la infancia de una niña de 10 años. Observo sonriente que sigue siendo igual de dicharachera hasta que aparece su madre sorprendida al verme e interrumpe su historieta.
- ¿Kendra? ¿Pero eres tú? ¡Cuánto has cambiado! – sí, es lo típico que se dice, pero ella lo dice totalmente en serio, he cambiado muchísimo tanto física como psicológicamente, pero se refiere obviamente a lo primero: el cambio general de una niña de 13/14 años a una de 17.
Me levanto y me abraza. Brillan sus treinta y pico cual adolescente. Entre las dos me interrogan y me limito a contar lo bueno e interesante, ocultando gran parte de mi vida. Nos dan las tantas paseando y charlando y tengo que cortar para poder volver tranquila caminando a casa.
- Si no te veo la semana que viene te llamará mi madre tantas veces como haga falta hasta que te convenza de venir, ¡eh!
- Así que ya sabes Kendra, no hagas que esta pitufa nos de el tostón a las dos y pásate por casa, que Ian también se alegrará de verte.
- Vale chicas, no os preocupéis que sacaré tiempo de mi apretada agenda para vosotras – con una sonrisa les lanzo un beso y tras una caminata a paso rápido llego a la calle de mi casa para encontrarme con algo poco agradable.
- Te estábamos esperando muñequita... – su chulería me produce nauseas - Sabía que no tardarías mucho, está anocheciendo y sería una pena que una chica tan guapa y sexy como tú anduviese suelta sabiendo lo que puede pasar...

1 comentario:

Anónimo dijo...

buenas Cynthia!!! (ya verás que CREO qe con el tiempo he aprendido a escribir tu nombre) jaja...oye tu blog mola!! desde cuando escribes estas cosas?