viernes, 20 de febrero de 2009

Capítulo 3


Max me asquea cada vez que se dirige a mí como si de su chula se tratara. Me “piropea” de manera barriobajera y cuanto más nota que lo odio más le gusta decirme cosas. Es el mayor del grupo de Aarón y su preocupante drogadicción se refleja en su cara demacrada y su extrema delgadez.
Mi hermano y él están sentados en unas escaleras cerca de mi casa de donde surge un aroma a porro que llega a mi nariz para revelarme lo que están haciendo, ya que no miro por haber decidido ignorar los comentarios de Max.
- ¡Pero no te vayas, niña! Ven, que te invitamos a una calada... – Me grita mientras mi hermano ríe vagamente y yo busco las llaves frente al portal.
- Eh, niñato – Max se da por aludido y se señala dubitativo – tú no, el pequeño... – Aarón me mira rápidamente y me hace un corte de manga – Tú sigue así... – entonces reconozco por detrás de su dedo una pareja que se acerca.
Es Gaël, sin duda el chico más guapo entre los colegas de mi hermano, el rompecorazones del barrio. Morenito, pelo corto, ojos claros, alto y con aires de chulería, pero agradable cuando quiere, y lo utiliza para hacernos caer rendidas a sus pies. Viene agarrado de la mano de mi contrincante: Samantha. Me recuerda a la rubia tonta de las películas, con una gran belleza proporcional a su prepotencia e inmadurez. Forman la parejita ideal a primera vista, pero no es muy difícil darse cuenta de que su relación se basa en presumir de tener al más deseado y deseada.
Por fin encuentro las llaves, abro el portal y subo tranquila las escaleras, jugando a adivinar por los olores lo que tienen para cenar los vecinos y lo que cenaré yo. Entro, me asomo a la cocina y olisqueo el aire como un perro.
- Mmm... ¿pasta? – mi madre sonríe y me acerco a darle un beso.
- ¿Dónde has estado tanto tiempo?
- Dando una vuelta por aquí... – Sí, miento, pero no quiero despertar en ella ningún recuerdo.
- ¿Y has visto a tu hermano?
- No... – vuelvo a mentir.
Saco la latita de la gata y tras preparársela se la dejo en su sitio.
Cenamos, vemos la tele, llega mi hermano. Discutimos. Me acuesto, pensando lo que dice una canción que siempre tengo muy en cuenta: “for better or worse, these are the days I will remember”. Al menos hoy he hecho algo distinto.



Somnolienta cual madrugador, Candy elige un asiento en la parte de atrás del autobús, al lado de la ventana, para los siguientes veinte minutos de viaje. La siguiente canción en el ipod es lenta, inoportuna en la mañana, que hace que inevitablemente se quede dormida. Al rato siente que el autobús está parado y abre los ojos temerosa de haberse pasado su parada. Se asegura de que aun faltan algunas, y por la ventanilla ve una chica con un gorro negro que viene corriendo, intentando llamar la atención del conductor para que espere. Lo ha perdido por los pelos, y le da pena, porque ella siempre va muy justa de tiempo y le da mucha rabia cuando pierde el bus. Vuelve la mirada y se fija en unos chicos que acaban de subir. Le gusta la camiseta que lleva el primero, negra con calaveras blancas. Se sienta torpemente, por los pantalones caídos, algo más delante que ella. El segundo es menos agraciado. Candy lo observa, hasta que este se da cuenta y ella aparta rápidamente la mirada, dirigiéndola hacia el tercero y último. Tiene melena corta y castaña, que se balancea arrítmica a sus pasos decididos. Se fija en sus ojos verdes, que no dudan en conquistarla sin ni siquiera mirarla. Los tres bromean y ríen divertidos mientras ella mira disimuladamente su sonrisa y... “sí, definitivamente he sentido un flechazo”. Le inquieta, pero le gusta esa sensación. Candy mira por la ventana, es su parada. Empieza otra canción y se da cuenta de que esta sí es oportuna. “What’s your name?” es precisamente lo que le gustaría preguntarle cuando pasa, algo nerviosa, por su lado. Se siente protagonista del videoclip de la canción de Jesse. Se agarra al respaldo de un asiento para mantener el equilibrio cuando pare, procurando parecer seductora por si por casualidad la miran. El autobús frena, y antes de bajar, mientras espera a que lo hagan las personas que tiene delante, mira hacia atrás, encontrando la mirada del chico de melena clavada en su trasero ceñido en los vaqueros pitillo. Él se ruboriza y ella sonríe en sus adentros, pensando que “ha merecido la pena estar esta mañana un cuarto de hora buscando por casa estos pantalones”. Luego, sin perder la sonrisa, camina rápido hacia la Universidad. “Pues yo sí creo en el amor a primera vista...”



Suena puntual el despertador y, como siempre, remoloneo otros diez minutos en cama. Después, tranquilamente preparo café y unas tostadas, dejando otras tantas en un plato para cuando se levanten mi madre y mi hermano, pero cuando termino de desayunar el tiempo ya lo tengo limitado. Unos pantalones negros y una camiseta rosa ajustada es lo primero que pillo en mi armario, me vale, ya solo falta abrigarme, por las mañanas hace mucho frío, y por las tardes ya pronto empezará a hacer más. A pesar de darme toda la prisa posible en llegar a la parada, ya es tarde. Se suben tres chicos y el conductor cierra la puerta tras ellos, casi en mis narices. Toca esperar al siguiente, que pasará cuando le apetezca...
Cuando por fin llego a la tienda, Faith, April y la encargada ya están dentro.
- Lo siento... – digo con cara de confusión, sin saber si Amanda me va a regañar o me perdonará sin más, teniendo en cuenta que suelo ser puntual.
- No pasa nada, Kendra. Mira, en estas cajas está la ropa nueva, ya les he dado alguna pista de cómo y dónde colocarla, pero vosotras seguro que tendréis mejores ideas que yo, así que me voy, no os hago falta. – Amanda es una buena jefa, exigente pero a la vez comprensible y liberal.
Así que después de ponernos los uniformes y hasta la hora de apertura eso hacemos, colocamos la ropa a la vista, excusando sus altos precios con un gran cartel de “Nueva Temporada”. La gente no tardó en llegar, los chicos que pasan de ir a clase se acercan al centro comercial y las chicas inevitablemente se sienten atraídas por nuestro colorido y moderno escaparate.
Nos turnamos los puestos y me toca quedarme en los probadores. Entre “¿cuántas prendas llevas?” y “puedes pasar” noto que April, que está doblando la ropa que desorganizan las niñas, está algo inquieta. Aprovecho que viene a recoger la ropa que me dejan en los probadores para averiguar que ocurre.
- ¿Pasa algo? Te veo nerviosa mirando todo el rato afuera.
- Es que mira quien está...